Rosario López Gregoris
• Liderazgo corresponde al término latino autoridad (auctoritas).
• Las mujeres son fuente de autoridad al menos desde que tenemos datos documentales.
• Las fuentes son siempre indirectas y escritas por hombres. Hay que reinterpretarlas desde los estudios y la perspectiva de género.
• Para Grecia, las fuentes provienen de la mitología, sistema de conocimiento del mundo que transmite modelos de conducta patriarcales. No son datos, sino un sistema cultural de organización social.
• Para Roma, las fuentes son historiográficas, porque la historiografía ha sido el género literario por excelencia que usaron los romanos para contar su devenir como pueblo imperialista y elegido por los dioses para civilizar/someter/dominar al resto. En este caso, son datos, aunque haya una manipulación patriarcal manifiesta.
Para quienes no están familiarizados con el mundo antiguo, la cultura grecorromana remite a un único imaginario, pero el lugar que ocupa la mujer libre y aristócrata en lo que entendemos por Grecia es muy distinto del que ocupa la mujer libre en Roma.
• En Grecia la mujer representa la autoridad moral, como veremos, que procede de su condición de víctimas de la guerra, normalmente, en su condición de vencidas o cautivas.
• En Roma, su autoridad es política, porque son mujeres poderosas, que comparten una parcela de poder junto a su marido y cuyos actos tienen un objetivo político: el deseo de intervenir/transformar/mejorar la realidad.
Voy a usar dos testimonios, dos voces femeninas, que, repito, pertenecen a reflexiones de hombres que dan voz a personajes femeninos y que, hemos de entender, hacen un esfuerzo por reflejar una realidad.
El primer testimonio de la autoridad moral recae sobre un personaje mítico muy conocido, Antígona, la hija de Edipo.
La historia es conocida: los hermanos de Antígona luchan por conquistar Tebas, uno la defiende, Eteocles, otro la asedia, Polinices. Ambos mueren en la lucha y el rey ordena el enterramiento de Eteocles con todos los honores y que no se rindan honras fúnebres a Polinices, como enemigo de la patria.
Es un conflicto de hombres, de poder, de guerra. Antígona alza la voz para exigir que se cumpla la ley no escrita de dar sepultura a los muertos, sobre todo si son familia, más allá de las enemistades habidas en vida.
Ella representa una tradición, una ley no escrita, un respeto a la sangre, a los dioses, a la familia:
“Pues esas leyes divinas no están vigentes, ni por lo más remoto, solo desde hoy ni desde ayer, sino permanentemente y en toda ocasión, y no hay quien sepa en qué fecha aparecieron” (Ant. 456-457).
Creonte, el rey, representa una novedad, una ley escrita, un nuevo criterio, el de la ciudad por encima del de la sangre. Como es sabido, ambos pierden por su incapacidad de negociar y llegar a un entendimiento, pero Antígona se ha convertido en la mujer rebelde que cuestiona el poder tiránico del rey y se sacrifica en defensa de una ley más justa.
Es una mujer con una convicción y una ideología (que defiende una ley más humana y de origen divino) que la impulsan a la acción y al sacrificio, venciendo dos obstáculos: ser mujer y ser débil, que sí asume su hermana Ismene:
“Conviene darse cuenta, por un lado, de que nacimos mujeres, lo que implica que no estamos preparadas para combatir contra hombres; y, luego, de que dependemos del arbitrio de quienes son más fuertes en cuanto a acatar estas órdenes” (Ant. 61-63).
Convicción, ideología y sacrificio: autoridad moral.
Hécuba es la reina de Troya; ha perdido su ciudad, a su marido y a todos sus hijos en el asedio a Troya.
Es entregada como cautiva de guerra y debe partir con su nuevo dueño a otro país. Su voz se reviste de autoridad, porque representa el dolor de todos los vencidos y vencidas, de quienes los han perdido todo y cuya fortuna ha sido esquiva.
El mensaje que Hécuba transmite desde su profundo dolor es sencillo:
«Las guerras no dejan vencedores ni vencidos, solo horror y sufrimiento»
El colmo de la crueldad llega en la tragedia las Troyanas, de Eurípides, cuando los vencedores deciden ejecutar al hijo de Héctor, un niño de pocos años, libre de toda culpa; ante el cadáver de su nieto, Hécuba exclama:
¡Oh, aqueos, que tenéis más armas que corazón! ¿Por qué, por temor a un niño habéis ejecutado esta nueva muerte? ¿Por si acaso llegaba a enderezar algún día esta Troya caída? Eso quiere decir que no erais nada cuando perecimos, aun cuando a Héctor y a otros muchísimos les iba bien con las armas, y que nada sois ahora que tenéis miedo de un niño así de pequeño, aun cuando la ciudad está ya tomada y los frigios muertos. No apruebo cualquier temor que se tenga y que no haya sido sometido a la razón (Troy. 1160-1169).
Aun cuando el pasaje es elocuente per se, hay varios elementos que merecen destacarse:
• Apóstrofe a los vencedores: Crítica de Hécuba ante el exceso de crueldad de los vencedores, que no son magnánimos en la victoria, hasta el punto de ejecutar a un niño.
• La afirmación de su opinión en primera persona: “No apruebo…”.
• La exposición de su análisis psicológico de los vencedores, el argumento: Les domina el miedo y por eso destruyen la vida más inocente. Esta actitud de miedo no sometido a la razón será su perdición, porque los dioses no perdonarán sus excesos y los castigarán.
• Tal y como ella predice: Vencedores así no valen nada.
Con la llegada del imperio romano, un nuevo sistema de gobierno, se produjo un cambio significativo en la forma en que las mujeres acceden al poder.
Me voy a centrar en dos figuras capitales de la Historia de Roma, aunque hay más, pero estas son paradigmáticas de cómo reunieron en una persona un poder inusitado y una red clientelar que aseguró su autoridad.
Estas mujeres demostraron ambiciones individuales mal canalizadas por el sistema monárquico, que necesitaba a los miembros femeninos de la estirpe para legitimar la sucesión, y así las convierte, sin pretenderlo, en figuras poderosas.
Las famosas y poderosas féminas de la casa de Augusto no funcionaron como grupo sino como individualidades perturbadoras, cuyo ejemplo fue duramente criticado, falseado y manipulado.
La mujer más poderosa del mayor imperio conocido en Occidente fue Livia, la esposa de Augusto. Livia se convirtió en modelo positivo para la posteridad por:
Su prudencia en su función de esposa y consejera de Augusto.
Mostrarse decisiva para que su hijo Tiberio alcanzara el Imperio.
No entró en conflicto con él, sino que fue capaz de mantener su papel de preeminencia y poder político frente a la resistencia de su hijo, lo que constituye por sí solo un logro en la conquista femenina del poder.
Con habilidad supo ganarse el favor de aristócratas, gobernantes extranjeros y municipios, que se mostraron agradecidos a su benefactora, y que levantaron estatuas en reconocimiento a sus favores. Pagaba obras públicas civiles: templos, termas, mercados, carreteras, acueductos, etc. Fue una estupenda ministra de obras públicas y así se lo reconocieron.
Su imagen pública fue más poderosa y brillante que la de su hijo Tiberio. Y su consejo mucho más estimado y buscado que el de él.
Agripina fue una mujer excepcional, no solo por su origen aristocrático, sino por el firme deseo que siempre la poseyó de obtener el poder.
Y lo manifestó con estos actos:
Luchó sin medida por lograr que su hijo, Nerón, alcanzara el imperio, y no paró hasta conseguirlo.
Su resistencia y clarividencia le permitieron sobreponerse a todas las dificultades con las que se topó, incluido el destierro al que la condenó su hermano Calígula.
A la vuelta del mismo, se casó con el emperador Claudio y fue nombrada emperatriz augusta, y convenció a su marido de que adoptara como heredero del trono a Nerón en lugar de a su hijo legítimo, fruto de su anterior matrimonio con Mesalina (que murió convenientemente envenenado).
Una vez muerto Claudio, Nerón fue nombrado emperador, y durante un periodo de unos seis años Nerón reinó con éxito al lado de su madre.
¿Cómo lo consiguió? Mediante la educación: fue la primera madre que buscó rodear a su hijo de los mejores consejeros posibles: Séneca, el filósofo, y Burro, el mejor general.
Las fuentes, androcéntricas, dicen que ambición fue tan desmesurada y su liderazgo estaba tan asentado, que Nerón tuvo que apartarla del poder de la única forma posible: el asesinato.
Dice Tácito:
«Popea (la amante) hacía al príncipe frecuentes reproches, a veces en tono de burla, diciéndole que era un menor de edad, que, sometido a mandatos ajenos (de Agripina), carecía no ya de poder, sino incluso de libertad. (…) Dado que todos ansiaban ver quebrantado el poder de la madre, y nadie creía que los odios del hijo fueran a llegar hasta el asesinato» (Ann. XIV, 1).
Es evidente que las mujeres romanas de la casa real, si se me permite el anacronismo, estaban acostumbradas al poder y de alguna manera reclamaban ejercerlo naturalmente, frente a la resistencia de sus consortes o hijos. Es cierto que ninguna llegó al poder directamente, porque el sistema no lo permitía, pero encontraron la forma de ejercerlo detrás de las figuras masculinas que manejaron mientras pudieron.
Ambos modelos de autoridad, el moral y el político, tal y como se dan en Grecia y Roma, son productos de condicionantes patriarcales:
• No es buena estrategia que la mujer tome la palabra desde el dolor, desde la desesperación total, no es cierto que el sufrimiento lleve a la lucidez.
• Las mujeres no deben creer que solo desde la desesperación están autorizadas a hablar; al contrario, deben empoderarse antes, tomar la palabra antes e intentar evitar los conflictos de sangre, porque sus prioridades sociales suelen habilitarlas para negociaciones de paz, no de guerra. Liderazgo de valores, pero no sacrificial, porque el sacrifico es flor de un día.
• La otra trampa patriarcal consiste en difamar y destruir la personalidad pública de una mujer cuando alcanza poder y representación política y acallar su voz mediante la mentira y el insulto.
• El liderazgo en Roma fue político y las mujeres lo ejercieron con la misma ambición de poder que los hombres. Su autoridad era incuestionable y su ambición ilustra el deseo de ocupar el mismo lugar que los hombres, porque estas mujeres sí se sabían capaces de ejercerlo sin complejos ni debilidades por su género.
• El sistema se encargó de impedírselo a través de la crítica a su comportamiento personal, convirtiéndolas en asesinas en unos casos, o en mujeres lujuriosas en otros.
Lo lamentable es que esas trampas patriarcales siguen funcionando después de veinticinco siglos de historia.