En la luz de mi alcoba

¿Qué nos diría Virginia Woolf si hubiese vivido en este tiempo? Seguro que seguiría luchando por los derechos de la mujer y si su vida se hubiese repetido, también contra ella misma.

Virginia Woolf fue una de las escritoras más importantes del vanguardismo moderno. Mujer, feminista, bisexual y paciente con trastorno bipolar, Virginia tuvo muchos frentes abiertos a lo largo de su vida que afrontaba y defendía a través de sus cuentos, novelas y obras teatrales.

Por esta razón, hace algo más de un año un grupo de compañeras de la Universidad decidimos hacer un proyecto sobre la escritora  a partir de todas estas batallas y, a su vez, lados intrínsecos de Virginia que le hacían ser ella misma. Para ello, decidimos hacer un blog llamado Diario de una escritora en el que Virginia nos escribiría sobre su vida en estos tiempos. Unimos pedacitos y poco a poco intentamos construirla a ella, pero realmente fue Virginia quien lo hizo con nosotras.

En mi caso, tuve la oportunidad de abordar el trastorno de bipolaridad de Virginia y todo lo que supuso para ella en su vida. Leí, releí, me informé y con sumo cuidado escribí una carta como si ella tomase mi mano y fuese quien realmente escribiera.

Cuando escribí esta carta, no era realmente consciente de lo importante que es la salud mental, pero en el fondo pude entenderme con Virginia y conmigo misma. Ahora que vuelvo a leerla, me siento un poquito Virginia. Todas lo hemos hecho alguna vez.

Todas, sea escrito o no, tenemos un diario de prisionera. Espero que sientas esta carta atemporal, íntima y tan especial que me hizo sentirme más unida a Virginia Woolf y un poquito a mí misma.


Diario de una prisionera

En la luz de mi alcoba

Miércoles 6 de enero de 2020

Son las tres de la mañana y no consigo conciliar el sueño. Con sumo cuidado para no despertar a Leonard, me he acercado al escritorio de la habitación y he tomado un viejo cuaderno que guardo desde tiempos remotos para este tipo de ocasiones: la curación de las entrañas.

Con la misma dedicación, me dispongo a escribir sin otro cometido que saciar la sed de mi mente y, cómo no, poder adentrarme en el sueño, pues para mí la vida es sueño, mientras que es el despertar lo que nos mata.

Irremediablemente, lo recuerdo como si fuese ayer mismo. Tampoco intento pensarlo demasiado. De hecho, no lo hago, pero es cierto que muchas veces se impone en mi mente como un recuerdo cercano; tanto como la sensación de compañía cuando la otra persona no está.

Es tan difícil dar testimonio de la persona a la que le suceden las cosas que hablo de mí misma como si de un recuerdo difuso del pasado sobre una persona fugaz se tratase. Nunca llegué a entender del todo el por qué y cada vez que intento hablar sobre ello me tropiezo en las palabras, pero aquella tortura atormentaba mis días más jóvenes y fugaces e hicieron de mí una persona a quien no quería mirar a los ojos.

Tan solo seis años bastaron para el hecho en cuestión y para romper el alma de una criatura que no tenía más remedio que callar y aguantar con la esperanza de que algún día no fuese más que un sueño de mal gusto. La única explicación que encontré no fue otra que la más evidente de todas: ser mujer.

Cuántas mujeres olvidadas porque ni siquiera ellas mismas pudieron, pueden o podrán decir “esta boca es mía”, “este cuerpo es mío, “esto es lo que yo pienso”. Esa es la suerte que pude tener yo: la fortuna de vivir y escribir, porque muchas veces la cordura, por más que la busque, es una buena jugadora del escondite.   

Con el tiempo, la vida no me dio la razón y me otorgó prematuramente la soledad de un alma en pena: la muerte de mis padres y de mi hermana Stella. La tristeza se apoderó de mí sin dejarme respirar durante años y ahora viene asiduamente cuando el cansancio es inminente y las fuerzas me flaquean.

Sin embargo, entre tanta realidad, mi vía de escape no era otra que St Ives, en Cornualles, donde la casa de veraneo de la familia se convertía en un refugio del alma y mi manto de lágrimas en el que impregnar mis sentimientos. Allí era feliz; allí, fui.

Los interminables conflictos del nuevo mundo contemporáneo, la culpabilidad por los tiempos pasados y otros contratiempos que irrumpían en mi falso paréntesis fueron y siguen siendo lastres que, llegado el momento, me tumbarán por completo.

Sé lo que padezco, pero a la vez ni lo controlo ni llego a comprenderlo del todo, pero lo que sí tengo claro es que no habrá segundas oportunidades, segundos esfuerzos ni segundos esbozos para salir adelante, porque la muerte no me da miedo si estoy muerta en vida y si entorpezco la vida de quienes me rodean.

Me quedo con que a ratos he sido muy feliz y todo ese gozo que invade mi alma no se lo debo a nadie más que a mi querido marido, porque no creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros; de que la escritura ha sido el lugar donde me encontraba y donde las penurias se transformaban en dichosas y magnéticas palabras que cualquiera con un mínimo de vivencia podría verse reflejado en ellas.

Mas en ese momento llegará la hora de descansar y de dar por finalizado este diario desde prisión, donde fui condenada a la cadena perpetua de mi propia mente.

Por Paula Quintero Delgado (@hierbamuda).