Petra-Karin-Kelly

Alemania 1947 – 1992

Estudió Relaciones Internacionales en Washington y un Master en Ciencias Políticas e Integración Europea, en la Universidad de Ámsterdam. Fue funcionaria de la Comunidad Económica Europea, perteneció al Partido Socialista Alemán (SPD) hasta la creación de Die Grünen (Los Verdes), el partido ecologista alemán que ella contribuyó a fundar en 1979. Fue parlamentaria verde desde 1982 hasta 1987. Ecologista, pacifista y feminista, trabajó intensamente contra las armas nucleares. Se implicó también en la lucha por el respeto a los derechos humanos en el Tíbet y la mejora de las vidas de los niños y niñas con cáncer. Defendía la no-violencia y la ternura en la política, una política a la que ella pensaba que había que añadir esperanza y corazón

En 1983, en Berlin, en la Segunda Convención por el Desarme Nuclear de Europa, conocí a Petra Kelly. Recuerdo su figura pequeña en aquel escenario enorme, y la inmensa fuerza que transmitía la convicción de su voz. Seis años antes de la caída del Muro de Berlín, allí se habló de la unificación de Alemania, aunque el motivo central que nos reunía era organizar una campaña europea contra la decisión de la OTAN de desplegar misiles Pershing II y Cruise contra la Unión Soviética. En una foto que conservo de aquel día, ella está en el estrado al lado de Gert Bastian, su compañero, el general de la OTAN que se pasó al pacifismo.

Fue en los Estados Unidos, donde se trasladó a vivir con su familia, donde Kelly supo de los crímenes nazis y el silencio de los alemanes; de la existencia de los campos de concentración y del drama del Holocausto. El pasado de su país la marcaría profundamente.

Vivió en primera persona los acontecimientos dramáticos que marcaron una época: el movimiento contra la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King y el de Robert Kennedy. La lectura del libro de Henry David Thoreau, Desobediencia Civil (On the Duty of Civil Disobedience) y su puesta en práctica por Martin Luther King le acercaron a la no-violencia y constituyeron una guía que nunca abandonó.

Quienes la trataron coinciden en que era una mujer apasionada, de sentimientos transparentes y un gran sentido del romanticismo. Cuando por su nueva orientación política dejó el SPD, lloró al pensar que abandonaba el partido de Rosa Luxemburgo. Para una generación, la nuestra, su compromiso y sus ideas nos entusiasmaban, eran un ejemplo a seguir en nuestras propias vidas.

El pacifismo antinuclear, el pacifismo de los años ochenta, tuvo en Petra Kelly su máximo exponente. Se oponía a todo uso de la energía nuclear, civil y militar. Y consideraba que el cáncer es el castigo que recibe una sociedad con un desarrollo científico ajeno a la naturaleza: lo nuclear, la industria química, los pesticidas, la alimentación envenenada, la contaminación de los mares y el aire.

Fue la muerte por cáncer de su hermana menor, Grace, fallecida en 1970 a la edad de 11 años, la que le acercaría al problema nuclear, a Hiroshima y sus víctimas, a los problemas de los trabajadores de las minas de uranio de Malasia y Australia, a los afectados por los tests nucleares. Siempre pensó que fue la radiactividad la que precipitó la muerte de su hermana, a la que honró con una fundación que lleva su nombre y que investiga sobre el problema del cáncer.

Su pacifismo estaba totalmente imbricado en su compromiso con la política del partido ecologista alemán fundado en 1979. Die Grünen era un partido nuevo, alternativo, que ella llamaba partido anti-partido, cuyas claves eran la noviolencia, la ecología, la justicia social y el feminismo. Desde el principio levantó grandes expectativas. Quería dar voz en el Parlamento a quienes no pueden defenderse por sí mismos, a los movimientos sociales, a los animales, a las plantas. Todavía recordamos el valiente gesto de alguna parlamentaria amamantando en el escaño a su bebé: había que poner de manifiesto que la sociedad no tiene en cuenta a los niños en su organización y estructuras, que lo privado y lo público chocan porque se han pensado desde las vidas de hombres, que no se responsabilizan de la crianza.

Petra Kelly asumió y defendió la profunda interrelación entre naturaleza y vida. Creía que la política había de reconstruirse sobre una revisión de las formas de vida y consumo y sobre el respeto a la naturaleza, que es el sostén de toda vida; que la Tierra y lo que nace en ella no son mercancías y que somos interdependientes. Proponía una vida sencilla en medios y rica en fines. Siguiendo la línea gandhiana, preconizó sustituir la “libertad de consumir” por la “libertad de autolimitarse”, sin por ello sentirlo como una pérdida.

Cada desastre que sucedía en cada rincón del mundo, cada sufrimiento, cada proyecto de resistencia era denunciado o defendido por Petra Kelly: desde las miles de focas que murieron en el mar del Norte, en 1988, con más de un millar de toxinas en sus tejidos, hasta la situación de los habitantes del Tíbet, sojuzgados por el Gobierno de China.

Valoraba profundamente el trabajo de las mujeres y se rebelaba ante la subordinación que sufrían en el sistema patriarcal. Creía en la igualdad y en la diferencia, en el liderazgo político de las mujeres y en la universalización del cuidado, asuntos de los que aún queda mucho por hablar. Se sentía cercana a las mujeres del Tercer Mundo, que defendían la vida y la naturaleza; a las del movimiento Chipko, en la India, que defendían los bosques; a las de Belau, opuestas a la nuclearización; a las que participaban en los movimientos democráticos en Filipinas, Suráfrica, América Central, a las mujeres indígenas de tantos lugares del mundo.

No fue una persona fácil de trato o especialmente dulce. Le irritaba la retórica de defensa de los derechos humanos, que no veía reflejada en la práctica de los partidos del Gobierno alemán. Y, sobre todo, le resultaba intragable que los objetivos y consideraciones militares, económicos y estratégicos tuvieran más peso e influencia que el sufrimiento de los seres humanos.

Creía que la política necesitaba espiritualidad, reconciliación, sinceridad, recuperación de la memoria y expresión de arrepentimiento. Mantuvo con insistencia que el Gobierno alemán tenía que pedir perdón a Gernika, por el bombardeo de la Legión Cóndor en la Guerra Civil española.

En los años noventa, los conflictos internos minarían la fuerza inicial de Los Verdes. En octubre de 1992, Gert Bastian y Petra Kelly fueron encontrados muertos en su casa de Munich. Según la policía, Bastian disparó sobre una Petra Kelly dormida y a continuación se mató. No había otros signos de violencia ni los sistemas de seguridad habían sido violados. Sara Parkin, compañera de partido y biógrafa de Kelly, piensa que no fue un suicidio compartido, que ella no decidió su muerte. Sus textos y su vida me llevan a pensar lo mismo. Con sus hilos de pensamiento aún podemos seguir tejiendo un presente más justo y humano.

Autora del texto: CARMEN MAGALLÓN PORTOLÉS

fuente: «1325 mujeres tejiendo la paz»

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