Puertas

Por Paula Quintero

Varias puertas se hacían paso ante mis ojos, cada una más bonita y diferente que la anterior. Me fijé especialmente en una de ellas, una puerta digna de una fortaleza color verde imperante rodeada de flores que desde el centro de la inmensidad llegaba el aroma a lavanda. A lo lejos, una vieja puerta carcomida casi hecha añicos, única razón que atrajo mi atención.

 

Fui directa a abrir la puerta que ni en mis sueños imaginaba, pero aunque todas mis fuerzas salieron en aquel momento, no conseguí abrirla. Resignada, probé con el resto, pero no hubo manera. Mientras de mis manos goteaba sangre de la insistencia, dos individuos, ambos hombres, entraron por la puerta de flores sin dificultad y fui tras ellos para poder hacerme hueco, pero la puerta se cerró inminentemente sin tiempo a suspiros.

 

Herida(s). Me curé los rasguños como pude y me colmé de paciencia para entender por qué mis manos no abrían las puertas. De repente, cayó una llave encima de mi cabeza, sin delicadeza alguna y como si un castigo sobre mí se tratase. La inspeccioné y me dispuse a probar en las cerraduras de todas las puertas, cada una de mil formas diferentes con la esperanza de poder abrir alguna, pero no había forma.

 

Casi como un mandato natural, mi cabeza giró ligeramente hacia la única puerta que no había probado a abrir aún: la hecha añicos, aquella que durante todo ese tiempo no había sido abierta por nadie.

 

Temiendo lo que sucedería, me acerqué a abrir la puerta y con hastío coloqué la llave en la cerradura, oxidada por el descuido, pero sorprendentemente con la cerradura desgastada.

 

Sin elección y sin remedio, empujé la puerta mientras llenaba mi ropa de astillas y pintura seca y mi mente de valor. Tras un fuerte golpe en seco, se abrió por completo y caí a un infinito suelo lleno de irónicas plumas. Cuando volví en mí después de varios minutos, un reguero de mujeres recorría un prado, ellas también demacradas por lo que parecía ser el esfuerzo que todas nos vimos obligadas a realizar previamente.

 

Al otro lado, se encontraba un cúmulo de hombres desperdigados, sin orden y sin permiso entre aplausos y risas desmentidas, mientras nosotras en silencio consolábamos nuestras almas sabiendo que ya no habría vuelta atrás y que nunca la hubo.

 

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Nacimos mujeres, pero no libres. Crecemos mujeres, pero llenas de estereotipos y cuestionadas por ser, sentir y, sobre todo, por ser quienes somos. Nos descubrimos siendo mujeres, pero entre adjetivos que rebosan los muros patriarcales y despojadas de vida y derechos.

 

Ser mujeres, pero con todas las puertas abiertas.

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