Vanessa Beecroft

Génova 1969

A partir de la experiencia personal de vivir anorexia extrema en su adolescencia y juventud, decide encaminar esos esfuerzos a reflexionar sobre la mujer en el mundo contemporáneo: su papel, su rol social, sus anhelos y deseos en un mundo altamente machista.

 

VB01, Su primera obra conocida y el inicio de su carrera artística.En 1993, después de años de terapias y tratamientos para combatir la anorexia, decide reclutar a treinta mujeres, la mayoría encontradas de casualidad por las calles de Nueva York, vestirlas con su propia ropa para lograr un efecto de homogeneización y hacerlas caminar en un espacio limitado sin un motivo aparente.

Con la cultura del happening, de mayor auge en la década de los 70, Vanessa realiza obras de arte vivientes en las que aparecen en acción grupos de mujeres (siempre mujeres), ligeras de ropa o desnudas que se sitúan en una posición preestablecida, sin hablar y moviéndose muy poco; se exponen como la materialización del instante creativo, de un objeto estético.
El único testimonio de estas experiencias se reduce a series fotográficas o videos, que en palabras de la artista es lo menos importante de su propuesta, concepto propio del arte conceptual en el que la acción es más importante que el objeto en sí.

De alguna forma estas manifestaciones recuerdan a las ‘óperas’ de Yves Klein y sus antropometries, aunque mientras en Klein lo interesante de su propuesta era la materialización del performance o la impresión del instante, en este caso la vivencia misma del suceso es lo más rescatable de la propuesta de Beecroft.

La estética de las mujeres que selecciona alude a una retórica cinematográfica y del teatro. Maquillajes cargados o excesivos, peinados producidos y muchas veces ropa en tendencia, logran exacerbar el carácter fragmentario de la mujer contemporánea. Con su vocabulario formal busca traducir la realidad en algo artificial, jugar con ella y la ficción por medio de estas pinturas vivientes sin alguna acción definida. Las mujeres, en la mayoría de los casos, están vestidas y maquilladas idénticas, desapareciendo cualquier individualidad y rasgos específicos de cada persona. En este funcionamiento no parecen tener ninguna razón de ser, ninguna relación con el instante indefinido entre la historia, la realidad y el contexto. El ambiente generado oscila entre la ruptura de los estereotipos clásicos de belleza, la provocación estética y el encanto de los maniquíes de escaparates con su presencia kitsch.

Es inevitable la crítica social en su obra, en la que cuestiona el papel de la mujer en el mundo de la moda y del cine. La mujer aparece como un ente perfecto e inalcanzable, siempre con el maquillaje y el peinado perfecto aun después de correr por las calles para salvar el mundo. Vanessa, con el gesto del paso del tiempo, recuerda que la mujer artificial también se cansa, suda, excreta y necesita descansar.

“Mi trabajo está tan próximo a la pintura como a la escultura clásica. Mis obras son pinturas que se desarrollan lentamente en el tiempo. Sus referencias, cuando están presentes, son casi siempre de la pintura. Pero el hecho de que no me sirva de ella es irrelevante”.

“Nadie actúa, no ocurre nada; nadie comienza nada ni nada termina”. Un elemento interesante en sus performance es la falta de guión definido; la puesta en escena no tiene un principio ni un final concreto. La artista exige a sus modelos estar demasiado tiempo de pie en una posición fija, lo que provoca en ellas un cansancio que las obliga a perder la postura.

Este juego de azar es uno de los efectos más interesantes generados sin pensarlo en el performance. Así, esas mujeres que se presentaban al principio como unos seres inanimados, artificiales, fríos e inalcanzables, se transforman en personajes mundanos, cansados, aburridos y derrotados; se termina el glamour y se convierten en un ser humano común.

Quizás el ejemplo mejor logrado de esta sensación de tiempo transcurrido, y su afectación, sucede en el performance titulado VB53, realizado en el invernadero Tepidarium de Roster en el Giardino dell’Orticultura de Florencia, en junio de 2004. Las modelos, equipadas únicamente con zapatos de tacón alto, terminan sentadas, acostadas y reclinadas en la tierra oscura del recinto. En consecuencia, la pulcritud y perfección de sus cuerpos desnudos son alterados: manos, codos, muslos, rodillas y gluteos aparecen sucios, con restos de tierra, dando una mayor sensación de decrepitud, un efecto más dramático y teatral, un final perfecto.

«Como ni los modelos ni el público muestran apenas sentimientos, no está claro lo que sucede en la mente de cada uno. Tampoco se habla de ello. Cada persona ha tenido una idea, una emoción, pero la guarda para sí mismo…”. [2]

El hecho de utilizar modelos femeninas en lugares públicos normalmente convierten al espectador, sin él pedirlo, en un voyeur ocasional, con una serie de sensaciones y experiencias difíciles de canalizar. La provocación, el morbo, el deseo y la frustración son algunos de los sentimientos reprimidos que esta artista de la generación trasestética genera en el otro.

Con un lenguaje más limpio y retórico que Cindy Sherman, Paul McCarthy o Bruce Nauman, el resultado es el mismo. Se despiertan y activan las mismas zonas erógenas del cuerpo, ese placer culposo y perverso que tanta acogida ha tenido en el mundo del arte actual y que hace que se llenen los museos de vez en cuando.

Volver a: